En esta obra observamos cómo el artista juega con las formas, el equilibrio y el espacio, desafiando nuestros sentidos y nuestra experiencia vital. La composición se convierte así en una metáfora visual del flujo de energía, la calma interior y el delicado equilibrio entre la fuerza y la suavidad. El mensaje se intensifica a través del color: el amarillo evoca la energía vital en expansión; el rosa suave, la serenidad emocional; el rojo, el calor interno generado por el movimiento lento y controlado; y el verde, el equilibrio entre la acción y la relajación. Las pinceladas, cortas, visibles y superpuestas, sugieren un flujo energético continuo, semejante a la respiración del taichí. Las pinceladas direccionales acompañan la forma del cuerpo y transmiten una visualización pictórica de la energía que fluye a través del movimiento. Natalia.
En este cuadro se representa a una mujer misteriosa. La selección de colores es intensa y muy llamativa. Su rostro, la única parte del cuerpo claramente definida, aparece trazado con líneas sencillas: la boca, la nariz, los ojos y una única línea que sugiere las cejas. La expresión es triste, casi como si estuviera al borde del llanto. Esta sensación se refuerza con las lágrimas insinuadas, el azul de sus ojos y los tonos que envuelven su ropa. Los trazos, a veces largos y precisos, otras cortos y difuminados, se expanden en todas direcciones, sin un rumbo fijo. Los colores se mezclan con gran fuerza y contraste, dando al conjunto una carga emocional intensa. El cuadro transmite tristeza, ira y rabia contenida, como si la mujer llorara por dentro mientras, por fuera, todo ardiera a su alrededor. Natalia.