“Como siempre cojo el lápiz y empiezo a dibujar, sin saber exactamente lo que va a ser. Me gusta dibujar, me ayuda a pensar. Ya es verano, me vino a la mente el último día en la playa del año pasado. Era una tarde agradable, un poco fresca, sin embargo, el agua era todavía cálida. Quería despedirme del mar y grabar en mis recuerdos las caricias de las olas, el paso tranquilo de las nubes y el amanecer, que tanto me gusta. En el agua vi una abeja y sin pensarlo dos veces le ofrecí la mano, para que no se ahogue. La estaba observando, como se estaba recuperando. Poco a poco empezó a subir sobre la mano, cada vez más arriba. En vez de salir del agua, para buscar una hoja o un palito, para que la abeja pueda salvarse, me asusté y sumergí mi mano en el agua. Lo que pasó después no era ninguna sorpresa. La abeja se asustó, se agarró a mí y clavó su aguijón en mi brazo. Ya está. El rescate ha fallido, la abeja no se salvó. Con sorpresa observo como lo que acabo de dibujar era la abeja...