"En un lugar no muy lejano, vivía un chico llamado Aaron, a quien parecía perseguirle una curiosa maldición: todo lo que tenía se rompía. Esta extraña suerte lo acompañaba desde sus primeros recuerdos. Noche tras noche, Aaron escuchaba voces susurrantes en su habitación, un misterio que su mente no lograba descifrar. Ingenioso, ideó diversos métodos para atrapar a los culpables de sus infortunios. Instaló un gran espejo y, en un acto de desesperación, colocó una cámara de vídeo que grabase sin descanso, tanto de día como de noche. Sin embargo, las imágenes no revelaban nada. Una noche, las voces regresaron, y justo antes de sucumbir al sueño, Aaron formuló un deseo: poder ver a aquellos que conversaban en las sombras. Al despertar, descubrió un mundo transformado. Todo a su alrededor, la ropa, los objetos, incluso los alimentos, parecían cobrar vida. Al abrir el periódico, dos grandes ojos le devolvieron la mirada… Sobresaltado, cerró el diario de golpe. El pobre Aaron creyó...