Un día de Saeed

 

Dibujo estilo Art Brut

Era un día de primavera como cualquier otro. Pero Saeed sentía que era un día muy especial. Un día que debía recordar.

Le vino a la mente el día que decidió ser Mago. Un aprendiz de Mago salvó la vida a uno de sus hermanos y esto le cambió la vida a Saeed. Todo lo que hacía a partir de este momento lo hacía para cumplir su sueño.

Su padre quedó impresionado por el empeño de Saeed para realizar su sueño, así que entregó todos sus ahorros a un comerciante que lo llevó a la capital, hasta el Mago más poderoso de aquellos tiempos.

Su joven mente no tenía miedo a las posibles dificultades y obstáculos. Estaba seguro que su sueño se iba a realizar…

Llevaba un año como aprendiz. 

Aunque el deseo de ser Mago lo acompañaba de día y de noche, Saeed estaba muy agotado y decepcionado. Comprendía todo lo que le decía el Mago, pero no sentía nada y no pasaba nada a su alrededor.

Este día, después de las clases, Saeed salió al campo, dejando que sus piernas lo llevaran donde querían. El joven estaba inmerso en sus pensamientos, pensando en las palabras del Mago que, para comprender la magia, ésta se debería descubrir en las cosas cotidianas.

Decidido de poner a prueba sus cinco sentidos, eligió un sitio plano, cubierto por los tiernos brotes de hierba, se tumbó y se relajó.

Cerró los ojos, se tapó las orejas, dejó de respirar para aislarse de los olores y se concentró sobre su piel. Con todo su cuerpo empezó a percibir las caricias del viento y de algo más, como una leve presión sobre su piel. Se quedó unos instantes, tratando de acostumbrarse a estas sensaciones.

A continuación, empezó a respirar lentamente, disfrutando de los matices que se desvelaban con cada inspiración. Sintió el aire fresco, la humedad vespertina, una dulce mezcla de olores a hojas, flores y polen. Con su mente pudo acariciarlas, sentir su fragilidad.

Después liberó sus orejas.

Escuchó el sonido del viento acariciando las hojas, el revoloteo de los pájaros, el murmullo del riachuelo y el zumbido de las abejas. Poco a poco, los sonidos se unieron en una preciosa melodía, la que solía tararear su madre.

Embellecido, sintió como el corazón estaba a punto de salirse del pecho, el deseo de ver a su familia era demasiado fuerte. Trató de contener su emoción; aunque no pudo parar de reír de felicidad, sintió como su corazón se calmaba, adquiriendo el ritmo de la música.

Llegó el tiempo de abrir los ojos.

De pronto Saeed saltó de pie, al ver un esqueleto, que bailaba al son de la música, agitando los brazos como un títere enloquecido.

- ¡Calma, fiera! Saeed escucho una voz ronca.

- Quién eres y que quieres de mí?

- Soy tu tatara, tatatara, tatara… soy tu abuelo, pero nos separan más de 200 años y 12 generaciones. No quiero nada de ti, más bien te quiero ayudar…

- ¿Ayudar cómo?

¿Te crees que tu padre entregó todos sus ahorros, por voluntad propia? ¿O el comerciante lo hizo porque es tan bueno? Tuve que visitarlos muchas veces en sus sueños para trasladarles que el Todopoderoso les pagaría por su bondad. No te preocupes, no miento, ayudarte les trajo suerte. Al terco de tu padre me costó convencer más, pero ya está.

- ¿Entonces, todo lo que me pasa es mérito tuyo?

-No, bobo, yo doy pequeños empujoncitos en la dirección correcta, todo lo demás te lo has ganado tu. Hace mucho que no veo tanto empeño, eres como un joven y fuerte toro, nadie te puede parar.

- ¿Y la música, es obra tuya?

- Pues me gustaría decir que es mi regalo de bienvenida, pero eres tu el que la creaste. Estoy orgulloso de ti.

- ¿Y por qué este aspecto? En los cuentos de mi padre los espíritus tenían otra pinta.

- Porque me da la gana. Es más fácil asustar a la gente que no me interesa. Y no me hacen falta las piernas…

- Hablando de piernas, tenemos que irnos. Espera, ¿tendrás por casualidad una alfombra voladora o algo parecido? Queda un buen trecho para volver y está anocheciendo.

- No podemos usar la magia en beneficio propio, sin necesidad imperiosa. Además, ya tienes bastante magia para hoy.

Los dos emprendieron el camino a casa. El joven no paraba de preguntar y las carcajadas no han cesado hasta que llegaron a la ciudad bien entrada la noche.
Saeed ya no se sentía solo. Era feliz.

Natalia.

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