El cuento de la Princesa y el Dragón
El archivo de Iñaki rebosa de todo tipo de caricaturas. Es fácil inventar historias y sumergirse en un mundo imaginario.
EL CUENTO DE LA PRINCESA
Y EL DRAGÓN.
Parte I.
En el reino de Los Campos
vivía una princesa que nunca sonreía. Esto se debía a que el peso de los
problemas del reino recaía sobre ella.
Durante varios siglos, en
el reino solo nacían niñas, por lo que las herederas al trono eran siempre
princesas. Era el único reino, a dos semanas de viaje a caballo, gobernado por
reinas. Debían ser igual de fuertes y más astutas que sus vecinos, pues muchos
eran los pretendientes que deseaban robarles el trono. Con gran valor y la
ayuda de sus consejeros, las antepasadas de la princesa Iris hicieron prosperar
el reino.
Pero los buenos tiempos
estaban llegando a su fin. Un grave peligro acechaba. El hambre se hacía más
evidente año tras año y amenazaba con arrebatarle su gente.
Llevaban una década
trabajando la tierra de sol a sol, cuidando sus cultivos con esmero y
asegurándose de que los animales no les robaran la cosecha.
Sequías y tormentas se
alternaban azotando su reino. Lo que antes era una tierra rica y próspera, con
bosques abundantes, ahora era un paisaje desolador. Los campos habían
sustituido al bosque, los animales ya no tenían refugio y migraron a otras
tierras.
En el corazón del reino
quedaba un pedazo de tierra salvaje, una ciénaga, donde según decían, vivía un
dragón. Muchos valientes intentaron cazarlo para transformar su ciénaga en
campos de cultivo. Pero todo fue en vano. La situación llegó a tal extremo que
la reina prometió la mano de su hija mayor al valiente que matara al dragón.
En la víspera del torneo,
donde los más audaces probarían suerte contra el dragón, la princesa paseaba
por las calles polvorientas de su ciudad. La armadura reflejaba la luz de la
fragua y se ajustaba como un guante al caballero, quien con sus movimientos
probaba la flexibilidad de la misma.
La princesa se acercó,
esperando que el caballero notara su presencia y se inclinara ante ella. Sin
embargo, el caballero continuaba con sus tareas. La princesa le ordenó que se
acercara. El joven se disculpó, explicando que debía tener listo un pedido en
una hora, ya que el caballero Miguel pasaría a recoger su armadura, todo esto
sin cesar en su actividad. De repente, el joven sintió que algo no estaba bien
y miró a su alrededor. La gente de la herrería y de la calle lo observaba
boquiabierta. Nadie se atrevía a hablarle así a la princesa.
Cuando las miradas del
joven herrero y la princesa, que destilaba fuego y rayos, se encontraron, él
comprendió que estaba perdido. No porque la princesa pudiera ejecutarlo, sino
porque su corazón se había derretido, como el metal que moldeaba con tanta habilidad,
y que desde ese momento latía únicamente por ella.
- Debes participar en el
torneo mañana.
- No puedo -respondió el
joven herrero.
- Te lo ordeno.
- No puedo, porque no soy
un caballero, soy un simple herrero y las leyes del reino no me lo permiten.
La princesa quedó
cautivada por los ojos negros del joven herrero, pero no podía permitir que
nadie lo notara.
- Te nombro caballero y
te ordeno presentarte mañana en el torneo. El reino necesita valientes para
liberarse del dragón.
Natalia
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