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El cuento de la Princesa y el Dragón

Dibujo estilo Art Brut

“En este dibujo se observa a un joven guerrero.

EL CUENTO DE LA PRINCESA Y EL DRAGÓN

Parte II

Al día siguiente, el joven herrero compitió en el torneo y se clasificó primero entre muchos.

Un día después, al amanecer, partió para luchar contra el dragón del pantano. Le esperaba una tarea ardua y, probablemente, el mismo destino de muchos otros que nunca regresaron a casa.

La densa niebla le impedía ver; los sonidos de batir de alas, graznidos y el movimiento de alguien en el agua le mantenían en alerta. Confiaba en el instinto de su fiel caballo, que pisaría terreno firme y no quedaría atrapado allí para siempre. Habían avanzado algún tiempo cuando el caballo se detuvo y no hubo forma de hacerlo moverse.

El joven aguzó sus cinco sentidos para intentar discernir dónde se encontraba.

De repente, comenzó a oír una voz que parecía emanar del interior, diciéndole que la salvación del reino no consistía en transformar el pantano en campos de cultivo, sino en restaurar los bosques y los ríos, proporcionar refugio a los animales, que traerían vida a estas tierras.

El dragón le reveló que el herrero debía traer a la princesa para que él le entregara las gemas preciosas que ayudarían a recuperar su reino.

El joven herrero se presentó ante su princesa, relatando con exactitud lo que el dragón había dicho. Hubo muchos que exigieron su ejecución, acusándolo de mentiroso y cobarde.

Pero la princesa sabía que el joven daría su vida por ella y decidió acompañarlo al pantano. La consolaba pensar en su hermana menor, quien podría reemplazarla en el trono si algo saliera mal.

Partieron en silencio; sin embargo, durante el camino la princesa compartió con el joven sus preocupaciones sobre el futuro de su reino y sus miedos. Él le apretó la mano con firmeza y la consoló con su mirada.

Llegaron al lugar donde les esperaba el dragón. Este se alzó sobre sus patas traseras y desplegó sus alas, cubriendo la mitad del cielo. A los presentes les quedó claro que, si aún estaban con vida, era porque el dragón así lo había decidido.

Tras el rugido, que resonó por la tierra como un gran terremoto, el dragón acercó su hocico al rostro de la princesa y la miró fijamente.

Ante los ojos de la princesa aparecieron imágenes de siglos atrás, cuando la gente veneraba al dragón. Le erigieron un templo y le ofrecían tributos. Las escenas estaban llenas de luz; la gente desbordaba felicidad y la naturaleza brillaba. Pero poco a poco, la luz en los corazones de las personas se extinguió, dando paso a una oscuridad vasta y devoradora. Lo único que deseaban era más tierras, carne, pieles, madera y gemas. Observó horrorizada cómo los hombres saqueaban las entrañas de la tierra para extraer sus riquezas, talaban los árboles, secaban los ríos y desviaban el agua hacia sus campos.

Sintió el dolor de la tierra violada y del dragón exiliado a las profundidades del pantano.

Con determinación, la princesa secó las lágrimas de sus mejillas y miró al dragón directamente a los ojos. No hacían falta palabras; ella sabía lo que debía hacer.

Tal como prometió, el dragón le entregó a la princesa las gemas mágicas.

De regreso, el joven herrero no se apartaba de la princesa y la asistía en todo.

Con el tiempo, la alegría regresó a esas tierras y la vida se asentó definitivamente en el reino.

En primavera, durante la Fiesta de la Siembra, al dragón le reservaron el lugar del invitado de honor en la boda entre la princesa y el joven herrero.

Reinaron por muchos años prósperos.

Y vivieron felices y comieron perdices...

Natalia

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