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Huele la flor

 

Dibujo estilo Art Brut
Me miro en el espejo y siento ganas de llorar. No puedo detenerme.

¿Por qué a mí? ¿He sido acaso una mala hija o una mala persona?

Siempre he ayudado a mis compañeros de clase y de trabajo cuando he podido, colaboro con varias ONGs, me preocupo por el medio ambiente y reciclo...

No conoceré al hombre que sería mi esposo, no seré madre, no viajaré a Groenlandia, ni aprenderé a tocar el piano... Ya no hay tiempo.

El médico es realista y no quiere darme falsas esperanzas, pero menciona que no hay que perder la esperanza. Dice que la actitud y el deseo de sanar constituyen el cincuenta por ciento de la batalla contra la enfermedad.

¿Qué puedo hacer?

Siento dolor en el pecho, estoy cansada y no deseo nada.

Ni siquiera puedo percibir el aroma de esta hermosa amapola. Ni polen, ni olor a clorofila, nada. Y no está relacionado con la enfermedad. Es por el tabaco. He fumado durante muchos años. Ni el mal sabor matutino, ni los dientes amarillos, ni la pérdida del gusto y del olfato me hicieron considerar dejar de fumar.

El médico dice que ha llegado el momento. Que reducir a la mitad mi consumo diario no es suficiente; debo dejarlo completamente.

De adolescente pensaba que podía dejarlo cuando quisiera. Luego me convencí de que fumaba porque me gustaba. Y ahora, cuando se ha convertido en una necesidad, entiendo que no puedo hacerlo. Es más fuerte que yo. ¿Qué importa si de todos modos no voy a salir de esta situación?

Es mejor que no tenga una hija que llore por mí; me rompería el corazón dejarla sola. Todos los niños necesitan a sus padres...

Y mi pobre madre, no quiero que sufra por esto. ¿Qué será de ella cuando yo ya no esté? No quiero imaginarla despidiéndose de mí o visitándome en el cementerio. No puedo, no quiero.

Continúo oliendo la flor. Ya no queda nada de su esencia. La observo y me siento identificada con ella: está completamente deshecha, rota, descompuesta.

Decidida, seco mis lágrimas. Busco en este rostro, que ya no reconozco, delgado y con la piel apagada, aquellos ojos que antes buscaban la verdad y ahora la esperanza.

Me miro y hago una promesa: lucharé. Mañana le contaré a mi madre que estoy enferma. He pospuesto este momento, pero no tiene sentido prolongarlo. Le diré que voy a luchar. Escucharé al médico, dejaré de fumar y seguiré sus indicaciones. Quiero vencer este mal, salir de este abismo y estar a su lado. Volveré a vivir con ella.

Hace tiempo dejé atrás el lugar donde nací, en busca de independencia y libertad. Ahora, anhelo estar junto a ella, demostrar que no me rindo. Quiero que comparta historias de su infancia y la mía, creando recuerdos en nuestras mentes.

Y espero, al menos, volver a percibir el aroma de una flor. Prometo cuidarla con cariño.

Natalia.

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