¡Ya voy, tranquila!

Dibujo estilo Art Brut

 Este dibujo refleja a una persona en movimiento, lo que se entiende por la inclinación hacia adelante de su cuerpo y la posición de los brazos. Los rasgos de su cara, el pelo y la ropa sugieren que se trata de un joven de una tribu, quizás, de África. El verde evoca una imagen de bosque y los reflejos rojizos en la cara, en la ropa, incluso en el cielo hacen pensar en un atardecer, cálido y apacible. La historia, que nos quiere contar este cuadro, puede que sea la siguiente...


Una semana. Tenía que sobrevivir una semana en el bosque. Con esta ocasión mi madre tejió una túnica, la adornó con detalles dorados y mi padre me entregó su cuchillo, el que se lo entregó a su vez su padre. 

Mi período de iniciación empezó al alba, todos los hombres de la tribu salieron a despedirme. Empezaron a cantar, saludando al sol y deseándome un buen viaje. Cantaban, rogando a la naturaleza acoger a un adolescente y devolver a un hombre. Te vi detrás del arbusto. Tus ojos negros y profundos reflejaban los primeros rayos de sol.

"No te preocupes, volveré."

Mi adentré en el bosque. Lo conocía bien, pero era la primera vez que no acompañaba a nadie. Me sentía pequeño y solo. Poco a poco los sonidos me hicieron sentirme en casa. Reconocía los senderos y los árboles. Recordé las palabras de mi padre, que primero había que asegurarse un sitio para dormir.

Pensándolo bien, me han preparado durante toda mi vida para ello, entre mis padres y toda la tribu. No tenía miedo, ni preocupación.

Imaginé la cara de mis futuros hijos, escuchando mi historia y quise grabar en mi memoria, cada sonido, cada movimiento, todos los matices de lo que me iba a pasar. Estaba aquí y ahora. Miré el cielo y sin darme cuenta un grito fuerte y alegre salió de mi garganta.

El tiempo seguía mi ritmo, sin prisa, cuando seguía con mis tareas, o se paraba, mientras observaba animales o insectos, demasiado ocupados para prestarme atención.

Miré el brazo izquierdo con 2 cicatrices, rectas y finas. Las acaricié y di gracias por el día de hoy. En mi tribu, cada vez que nos salvamos de la muerte dejamos una marca.

La primera vez, a los dos años, me salvé de una grave infección, que se llevó a un primo mío y a dos amigos. Y la segunda, con ocho años, escapé de un chacal. En realidad, me libró mi padre. Me acuerdo perfectamente del dolor que provocaron los dientes de este animal, hincándose en mi pierna derecha e intentando llevarse al menos un trozo. En aquel mismo momento, me prometí a mi mismo, si iba a matar a alguien, este ser no sufriría.

En nuestra tribu se puede matar solo en dos casos: para comer o para evitar ser comido. Siete días en el bosque ofrecen muchas oportunidades para lo segundo.

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El sol, a punto de esconderse detrás del horizonte me acaricia la cara. Me felicita por superar la prueba. Soy hombre ahora.

“Ya voy, tranquila. Nos vemos pronto.”


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