El Pájaro de la Felicidad
Érase una vez, hace mucho tiempo un
joven Cazador.
Trabajaba mucho y pasaba mucho tiempo en el Bosque, tratando de conseguir comida para sus padres y su hermana pequeña.
Esta tarea era bastante difícil, ya que los cazadores reales realizaban batidas todas las semanas y los animales empezaban a escasear, no tenían tiempo para reproducirse.
El Cazador empezó a buscar otro tipo de comida: bayas, nueces y setas. Empleaba mucho tiempo para conseguirlo, hasta que localizó unos cuantos claros de bosque donde crecían las bayas comestibles y aprendió a cuidarlos.
En los días especialmente malos para no volver con las manos vacías elaboraba algún juguete nuevo para su hermana, o silbatos que emitían sonidos de diferentes pájaros habidos y por haber, y para su madre hacia diferentes tipos de cestas. De esta forma su casa poco a poco se llenó de cosas muy bonitas hechas por el Cazador.
Un día observó un pájaro enganchado en una trampa, olvidada por algún cazador. El pájaro apenas respiraba. Nunca antes vio un pájaro tan bonito, y eso que conocía el bosque de arriba abajo.
Lo liberó con cuidado y fijó con un trozo de rama el ala rota.
- No me comas, puedo cumplir todos tus deseos. Soy el Pájaro de Felicidad.
El Cazador disimuló su asombro, nunca antes se encontró con un animal que sabía hablar.
- Eres solo plumas y huesos, no hay nada que comer.
Lo cogió con cuidado en sus brazos y se dirigió hacia su casa.
Era una sensación nueva y placentera para el Pájaro: por primera vez en su vida, y eso que llevaba siglos, alguien cuidaba de el. Hasta ahora los hombres le pedían que cumpliera todos sus deseos, algunos incluso le mantenían encerrado para que no escapara. En contra de lo que se podía pensar, la vida del Pájaro de la Felicidad era bastante dura.
La madre y la hermanita del Cazador lo acogieron con mucho cariño, cuidaron de Pájaro con mucho amor, así que se recuperó muy rápido.
Antes de irse agradeció a todos el cariño y los cuidados recibidos.
- Cazador, aunque me dijiste que no querías que cumpliera ningún deseo tuyo, te voy a dar un consejo que vale por dos.
-…Hm.
- Tus cestas son muy fuertes y cómodas, se venderán muy bien, así como los silbatos y otras cosas que haces. Te aconsejo venderlos en el Mercado del Pueblo. Allí encontrarás lo que te falta. Pero, para verlo, necesitas saber lo que buscas…
- Gracias, me lo pensaré.
Pasaron los días, el joven se atrevió por fin superar su timidez y fue al mercado. El Pájaro tenía razón, los trabajos de Cazador gustaban mucho a la gente, prácticamente se vendían solos. Además, por primera vez encontró buenos amigos.
Un día escuchó una risa muy tintineante, que le recordaba el jaleo matutino de su querido Bosque: el ruido de los pájaros que se acababan de despertar y el murmullo de las hojas acariciadas por ligeras ráfagas del viento. Una sola mirada bastó, para que los ojos verdes de la Doncella encendieron su corazón.
Desde entonces vivieron felices y comieron perdices (nunca mejor dicho, ya que el Rey hizo caso por fin a su Consejero de Bosque y Consejero de Cocina, renunció a la caza durante un tiempo para el Bosque se recuperara).
Natalia
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