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Abuelo Jorge


 “En el Reino de Dos Montañas, vivía un hombre llamado Jorge. Era un hábil cazador, pero los tiempos eran difíciles. Debía mantener a su familia: su querida esposa y la pequeña Rosa. Por eso, decidió buscar trabajo lejos de casa.

Jorge encontró empleo como guardia en el castillo del Rey. Una mañana, mientras cumplía su deber, escuchó el zumbido de una flecha dirigida al Rey. Sin titubear, se abalanzó sobre su majestad y le salvó la vida.

Desde entonces, Jorge se convirtió en la sombra del Rey. Era el primero en despertarse y el último en acostarse. Inspeccionaba todo personalmente, sin confiar en nadie más.

Gracias a su fiel servicio, el Rey vivió muchos años. Antes de morir, le recompensó generosamente y le envió de regreso a casa.

Jorge regresó finalmente a su hogar, pero encontró malas noticias: su esposa había fallecido años atrás. Solo su hija y su nieto vivían en la casa. La hija de Jorge enviudó el año pasado y su vida era difícil.

Ella no aceptó el dinero que Jorge le ofreció ni pudo perdonarlo por haberlas dejado con su madre. Jorge le explicó que enviaba el dinero cada año con el mismo mensajero, pero por lo visto el dinero nunca llegó a su destino.

El hombre se enfureció al darse cuenta de que su sacrificio había sido en vano y que su familia había sufrido. A pesar de su deseo de buscar al mensajero, decidió quedarse con su hija y buscar su perdón.

Los días pasaban, y el abuelo ayudaba como podía en las tareas del hogar. Sin embargo, lo que más disfrutaba era pasar tiempo con su nieto. Aunque no había sido un buen padre para su hija, estaba decidido a ser un buen abuelo.

El abuelo compartía miles de historias sobre enfrentamientos con dragones, brujos y traidores. Como antiguo guardián personal del Rey, conocía todos los secretos de primera mano.

Poco a poco, la hija de Jorge se ablandó al comprender que su padre había buscado una vida mejor para ellas, aunque eso significara irse muy lejos. También le encantaban las historias que él contaba, y las escuchaba con gran interés.

Pasaban muchas tardes juntos, escuchando las historias del abuelo Jorge frente al cálido fuego. El pequeño Jaime no podía quedarse quieto ni en el regazo de su madre; giraba y se movía de un lado a otro. Antes de acurrucarse en el pecho de su madre, le daba un beso de buenas noches en la calva al abuelo.

Los años pasaron, y finalmente, la paz y la armonía se instalaron en la casa de Rosa. Gracias a los ahorros del abuelo, no les faltaba de nada.

Sin embargo, la hija de Jorge notó que su padre comenzó a olvidar las cosas y a sumergirse en su propio mundo.

Un día, Jorge los abrazó a ambos y les dijo que no se preocuparan por él. A veces, le gustaba quedarse sumergido en sus recuerdos, cuando era joven y recién casado. En ese otro mundo, era feliz, y un día, se quedaría allí para siempre, junto a su querida esposa.

Desde allí ambos velarían eternamente por su hija y su nieto.”

Natalia

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