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El vuelo de Silvia


 En un país lejano, vivía una joven llamada Silvia junto a su madre en una encantadora casita cerca de un lago cristalino.

Un día, la madre de Silvia enfermó gravemente, y la pobre Silvia no sabía cómo ayudarla a recuperarse. Desesperada, acudió a todos los médicos de la zona, pero todos le decían lo mismo: la enfermedad de su madre no tenía cura.

Un día, alguien le habló a Silvia de una curandera que vivía en el misterioso Bosque Oscuro. Sin pensarlo dos veces, Silvia se adentró en el bosque y, tras un día entero de búsqueda, encontró a la curandera. La sabia mujer le dijo que solo el Agua de la Juventud podría sanar a su madre, pero le advirtió que debía tener cuidado al recogerla, para no convertirse en una bebé.

Con renovada esperanza, Silvia dejó a su madre al cuidado de su mejor amiga y emprendió el largo viaje. A medida que avanzaba, se maravillaba con los paisajes y colores que la rodeaban, descubriendo un mundo que nunca había visto antes. Tan emocionada estaba, que comenzó a hablar en voz alta, como si estuviera contando a su madre y a su amiga todo lo que veía.

De repente, Silvia se encontró con una gran telaraña que cubría el espacio entre dos árboles, bloqueando su camino hacia un claro del bosque. Detrás de ella, escuchó un alboroto: un caleidoscopio de mariposas volaba hacia la telaraña. Sin perder tiempo, Silvia cogió un palo largo y grueso y lo lanzó contra la telaraña, rompiéndola y permitiendo que las mariposas pasaran ilesas.

La mariposa más grande se acercó a Silvia y le dijo que pensara en ellas cuando necesitara ayuda, y que acudirían donde fuera. Silvia continuó su camino, ayudando a los animales en apuros, como una mamá coneja atrapada en una trampa y un oso que había caído en un barranco. Los animales le prometieron que le ayudarían cuando más lo necesitara.

Después de tres días de viaje, Silvia llegó a unas rocosas laderas cubiertas de bosque. Mientras descendía, quedó atrapada en una planta enredadera. Recordando la promesa de la mamá coneja, Silvia pensó en ella, y como por arte de magia, la mamá coneja apareció con su familia y liberaron a Silvia en pocos minutos. Agradecida, Silvia saludó a los conejos y continuó su camino.

Esa noche, Silvia decidió dormir en una cueva. A la mañana siguiente, descubrió que la entrada estaba sellada por una roca. Pensó en el oso, quien no tardó en llegar para apartar la roca. Agradecida, Silvia saludó al oso y siguió su camino.

Más tarde, Silvia llegó a un punto donde la ladera era tan abrupta que ni las cabras montañesas podrían escalarla. A lo lejos, vio un río que brillaba bajo los rayos del sol. Era el Agua de la Juventud, tal como la curandera había descrito. Silvia pensó en las mariposas y, al extender las manos, sintió cómo miles de ellas la elevaban al aire, permitiéndole volar.

Desde el aire, Silvia observó cómo la tierra se alejaba, el sol la bañaba con sus rayos y el azul del río se reflejaba en el aire.

Con mucho cuidado, recogió el Agua de la Juventud en un frasco y, despidiéndose de las mariposas, emprendió el camino de regreso a casa.

Con la preciosa carga en su mano, el camino de vuelta le pareció corto.

El Agua de la Juventud curó a la madre de Silvia, quien vivió una larga y feliz vida junto a su hija y su familia.

Natalia.

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