La mirada de Nico

 


Había una vez, en un país muy, muy lejano, un niño llamado Nico, que siempre estaba lleno de curiosidad y ganas de descubrir cosas nuevas. Nico no podía quedarse quieto ni un segundo, ¡le encantaba moverse! Así que, cuando tuvo la oportunidad, decidió emprender un gran viaje porque su mayor sueño era conocer el mundo entero.

Cada noche, antes de irse a dormir, Nico tenía una costumbre muy especial: se sentaba con su cuaderno y escribía todo lo que había vivido ese día. Al principio, llenaba montones de páginas con sus aventuras. Pero pronto se dio cuenta de que sus cuadernos comenzaban a pesar muchísimo, ¡casi no podía cargar con ellos! Entonces, pensó en una idea brillante: solo escribiría sobre las cosas más bonitas y sobre la gente buena que conocía en el camino.

Cada día, Nico anotaba lo que aprendía, aunque a veces cometía errores o pasaba momentos difíciles. Pero no le preocupaba equivocarse, porque sabía que aprender de los errores también era parte de la aventura.

A medida que pasaba el tiempo, Nico descubrió algo curioso: muchos de los caminos que recorría ya habían sido descubiertos por otros viajeros. ¡Incluso tenían nombres! En lugar de desanimarse, Nico decidió usar esa información para llegar a más lugares, más rápido, y seguir aprendiendo más y más.

Pero un día, algo extraño ocurrió. Nico se despertó en un lugar que no reconocía para nada. Miró a su alrededor, pero todo le parecía desconocido. Nervioso, tomó su cuaderno para leer lo que había escrito la noche anterior, pero cuando trató de leer, ¡no podía ver nada! Las palabras estaban borrosas, y no importaba si acercaba o alejaba el cuaderno, seguía sin poder leer.

Nico se sintió muy triste. Se sentó en el suelo y comenzó a llorar desconsoladamente. Lloró durante tanto tiempo que al final se quedó dormido, agotado por las lágrimas.

Mientras dormía, tuvo un sueño. En su sueño, volvía a viajar por el mundo. Estaba feliz, recordando a las personas maravillosas que había conocido, los lugares mágicos que había visitado y los animales curiosos que había visto. Pero, poco a poco, los colores de su sueño comenzaron a desvanecerse, y las imágenes se volvieron borrosas.

Confundido, Nico se sentó en una piedra en su sueño y empezó a pensar. De pronto, se dio cuenta de que llevaba algo en la cara. Se tocó y, ¡oh, sorpresa! Descubrió que tenía puestas unas gafas extrañas. Al mirarlas de cerca, vio que las gafas tenían muchas capas de cristales de colores, uno encima del otro. ¡Por eso veía todo borroso y raro!

Entonces, Nico lo entendió. Esas gafas representaban las opiniones de otras personas que él había adoptado sin darse cuenta. Había dejado que los demás le dijeran qué era bonito y qué valía la pena ver, y eso le impedía disfrutar del mundo a su manera.

Con cuidado, Nico se quitó las gafas y vio todo mucho más claro. Quiso romperlas, pero luego decidió guardarlas como un recuerdo importante. Había aprendido que lo mejor era ver el mundo con sus propios ojos, pensar por sí mismo y nunca dejar que otros decidieran por él lo que era especial.

Desde ese día, Nico siguió viajando, pero esta vez, viendo el mundo tal y como era: hermoso, único y lleno de sorpresas.


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