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El cíclope y su protegido

 

En un remoto pueblo africano, la cuna del mundo, nació hace muchos años un cíclope. Era un niño alegre, fuerte y lleno de vida. Su familia lo adoraba, y siempre le decían que era el más inteligente y fuerte de aquellas tierras.

Sin embargo, cuando creció y tuvo su primer encuentro con otras personas, su corazón se rompió por los crueles insultos que recibió. Le decían que era lo más feo y horrible que jamás habían visto.

Su madre, en un intento por consolarlo, le relató una antigua leyenda. Contaba que el Dios de la Inspiración, en su afán por crear una criatura perfecta, trabajó incansablemente durante mucho tiempo. Preparó cada ingrediente con dedicación y comenzó a moldear un cuerpo fuerte e invulnerable: el de un cíclope. Con sumo cuidado, añadía y ajustaba cada detalle.

Cuando estaba a punto de colocar el segundo ojo, volcó accidentalmente un recipiente que contenía los últimos componentes de su nueva creación, los cuales debían convertirlo en un ser perfecto. Las piezas se fragmentaron en millones de diminutos pedazos de colores, y una ráfaga de viento los dispersó por el mundo.

El Dios, resignado, colocó el único ojo en el centro de la frente del cíclope. Luego, acariciándole suavemente el rostro, le susurró que, si alguna vez lo deseaba, podría recorrer el mundo y recuperar esos dones. Para hacerlo, bastaría con tocar a los seres vivos y recoger lo que le pertenecía.

Inspirado por la historia, el niño decidió que, cuando llegara el momento, emprendería ese viaje para recuperar lo que creía que le correspondía, no solo a él, sino a su gente.

Un día, el cíclope encontró un peculiar insecto azul. El pequeño ser, torpe y lento, lo miraba fijamente con curiosidad. El cíclope sintió compasión y decidió llevarlo consigo, guardándolo en su bolsillo. Desde entonces, el insecto se convirtió en su fiel compañero, siempre dispuesto a escuchar y asintiendo con la cabeza cada vez que el cíclope hablaba. Así, se hicieron grandes amigos.

Cuando por fin comenzó su viaje, el cíclope quedó maravillado con la belleza del mundo. Todo vibraba con vida, transformándose constantemente. Se sintió profundamente conectado con cuanto lo rodeaba, y en ese momento entendió por qué.

El cíclope veía en todos lo bueno que tenían, pero no se atrevía a quitárselo a nadie, ya que se dio cuenta de que lo necesitaban más que él. La agilidad de una liebre, la gracia de una gacela, la fuerza de un rinoceronte, la inteligencia de un elefante... ¿Cómo se lo iba a quitar?

Lo más sorprendente fue que nadie supo jamás que el cíclope había renunciado a la perfección. Lo hizo para que todos los demás pudieran seguir siendo ellos mismos.

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