Acampada


" Miro por la ventana y, sin motivo aparente, un recuerdo se cuela en mi mente: una acampada. Quizás porque los recuerdos, a veces, tienen más intensidad que la realidad misma. 

Era mi primera acampada, organizada por mi padre junto a su amigo Paco. Desde el inicio, las cosas no salieron como esperábamos. De camino, Paco se dio cuenta de que había olvidado la linterna, lo que nos obligó a desviarnos para comprar una. Más tarde, a medio camino, una rueda reventó, y tuvimos que detenernos para cambiarla.

Sorprendentemente, mi padre estaba de muy buen humor. Decía que las pequeñas complicaciones eran parte de la aventura que nos esperaba. Cuando me preguntó si quería ayudarle a cambiar la rueda, acepté sin dudarlo. Mientras trabajábamos, me enseñó cómo se llamaban las herramientas y qué debía revisarse antes de dar el trabajo por terminado.

Llegamos al campamento más tarde de lo previsto y tuvimos que apresurarnos para recoger leña y montar la tienda de campaña antes de que anocheciera. Yo me ofrecí como cocinero, y mi padre, siempre entusiasta, me animó a intentarlo. Aunque ya había preparado algún plato en casa, cocinar en pleno bosque, con un fuego que se avivaba con cada ráfaga de viento, parecía una tarea imposible.

Hice lo mejor que pude y preparé un “arroz con cosas”. Me esforcé tanto que, por un momento, pensé que todo saldría bien. Pero, en sintonía con el día accidentado, el arroz terminó convirtiéndose en una masa apelmazada e indescriptible.

Aun así, mi padre me elogió. Me dijo que había hecho un gran trabajo, que estaba orgulloso de mí, y que era el mejor arroz que había probado al aire libre. Incluso añadió, con una sonrisa, que aquella textura tan peculiar combinaba perfectamente con el sabor ahumado. Recuerdo cómo le miraba con admiración. Era joven, guapo y lleno de entusiasmo.

Secando unas lágrimas furtivas, comí tranquilo. Para mi sorpresa, el arroz no estaba tan mal; de hecho, me gustó. Incluso ahora, puedo evocar el sabor ahumado de aquel plato.

Después de cenar, nos quedamos un rato hablando junto al fuego. Estaba tan cansado que, sin darme cuenta, me quedé dormido en el regazo de mi padre.

En mitad de la noche, mi padre me despertó. Una gran tormenta había estallado y tuvimos que refugiarnos en el coche. Empapados, nos cambiamos de ropa y, poco a poco, entramos en calor. Los truenos y relámpagos no me asustaban; al contrario, me sentía seguro mientras el viento sacudía el coche al compás de las canciones de mi padre y Paco.

Mi último pensamiento antes de quedarme dormido fue que quería ser como mi padre algún día."

Natalia.

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