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Cacahuete Pepe y su amigo Marcus

 

El dibujo estilo Art Brut

“- ¡Socorro! ¡Socorro!

Todo mi mundo se desmorona; no entiendo qué ocurre, dónde está la tierra y dónde el cielo. El sol abrasa. Ya no oigo a mis hermanos ni a mi madre…

Por fin, el mundo ha dejado de girar. Miro alrededor y solo quiero llorar... Este mundo no se parece nada al mundo que conocía por mi madre.

Veo solo la tierra, revuelta y con las entrañas fuera. Y máquinas que se alejan. Mi familia está allí. No sé cómo he caído al suelo, pero quiero estar allí, donde están los demás.

No sé cuánto aguantaré aquí fuera. Los pájaros se amontonan y escarban la tierra. Devoran a los que se han salvado de los tractores.

No quiero que todo se acabe ahora. Mi madre me contaba muchas historias bonitas y me queda mucho por ver.

De repente, noté como alguien me levantaba al aire. Otra vez la cabeza daba vueltas. Esta vez caí sobre algo blandito.

- Amigo, ¿cómo estás?

- ¿Quién eres y qué quieres de mí?

- Soy Marcus. He escuchado tus gritos y he venido a salvarte.

Me agarré a su pelaje y le pedí salir de aquí.

- ¡Corre, corre, por favor!

- Tranquilo, ya vamos.

Me agarré con todas mis fuerzas al perro y cerré los ojos. Dejaba atrás una vida, yendo a toda prisa hacia una nueva…

Me quedé dormido y soñé que todo seguía como antes.

Que mi vida era tranquila, incluso aburrida a veces. Como vivía debajo de la tierra, sabía cuándo era de noche y cuando era de día. Lo sabía por mis amigos, que trabajaban de día y porque la luz llegaba hasta mí, aunque muy débil.

Mis amigas hormigas, como estaban tan ocupadas, me hacían poco caso. Pero me saludaban cuando pasaban cerca y me contaban cosas interesantes. Me avisaban sobre la lluvia o sobre otros peligros. Poco podía hacer, pero por lo menos, estaba prevenido.

A veces me visitaban las lombrices o babosas. Cuando era pequeño, me asustaban mucho; eran grandes y pegajosas, lo tocaban y lo pringaban todo, pero no mordían. Cuando pasaban dejaban túneles anchos, lo que me permitía ver más lejos. Y se respiraba mejor. Además, cuando llovía, el agua bajaba más rápido por estos túneles y no me ahogaba. El agua me gustaba, pero una duchita rápida y ya está.

También hablaba mucho con mis hermanos y con mi madre. Vale, no nos veíamos, pero nos oíamos perfectamente.

Mi madre nos contaba cómo los rayos del sol la bañaban todos los días, como la lluvia limpiaba sus hojas y como el viento la mecía de un lado a otro, diciendo que era muy bonita y muy especial… Yo no veré nada de esto, nunca…

Desperté por un tremendo estruendo; era una tormenta. Junto a mi amigo Marcus, estaba observando cómo los árboles gemían por las ráfagas del viento y las gotas rebotaban con violencia en el suelo.

Estaba muy cansado y volví a dormirme, arropado por el pelaje de mi amigo.

- Pepe, ¡despierta, despierta! ¡Mira el cielo!

Vi un enorme arcoíris que cruzaba el cielo. La imagen era majestuosa, cautivante y cerca, muy cerca de mí. Sin darme cuenta, empecé a caminar sobre el arcoíris. El mundo era fresco, brillante y espectacular. Marcus se hacía cada vez más pequeño, saltaba y ladraba, saludándome allí abajo.

Desde aquí arriba me di cuenta, que una nueva aventura acababa de empezar.”

Natalia.


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