El pirata turuleta

 

“Envuelto en el humo de sus cigarros, el Pirata soñaba con ser pescador.

Habían estado esperando al Galeón Dorado durante varios días. Las municiones y las armas estaban listas, y cada uno se entretenía como podía, sin hacer demasiado ruido ni emborracharse, para estar alerta para el abordaje.

En su mente, el Pirata dibujaba una choza, un bote y los aparejos. Guardaba una pequeña fortuna atada a su tobillo derecho, pero no pensaba gastarla, solo vivir modestamente sin llamar la atención.

Su mente viajaba al pasado, a aquellos días en que, desde niño, sabía que quería ser pescador. Por eso su madre entregó al pequeño de seis años a un patrón de barco pesquero, pagando para que aprendiera el oficio. ¿Cómo podría saber la pobre mujer que, a los pocos días, el patrón vendería a su hijo a los piratas?

El niño aprendió rápidamente a trabajar duro y no estar en medio para evitar palizas e insultos innecesarios. Con el tiempo, los piratas se encariñaron con el muchacho, siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesitara.

El Pirata, joven y fuerte, había perdido un ojo años atrás en un abordaje complicado. No lamentaba la pérdida; aquel día, muchos de sus compañeros habían perdido más. Nunca pensó en la felicidad; lo esencial era seguir vivo y tener algo en el estómago.

Observando el mar en calma, tan claro como un espejo, y el cielo al atardecer, teñido de rojo y presagiando un derrame de sangre, el Pirata no sabía que su destino estaba a punto de cambiar.

En un solo día, sobre estas horas, Capitán, antes de morir por sus heridas, lo nombraría su sucesor.

¿Qué haría el Pirata? ¿Sucumbiría a la tentación del poder y las riquezas, renunciando a su sueño?

Sueña, Pirata, mientras tu destino no está sellado, mientras la hora de elegir no ha llegado, puedes ser lo que desees.”

Natalia

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