Máscara
“Érase una vez un artista que esculpía cosas tan bonitas que llegó a tener un gran éxito. Sin embargo, la fama no se le subió a la cabeza, pues siguió trabajando con mucha entrega. Podía laborar día y noche, semanas enteras, hasta completar una escultura y luego comenzar otra.
Su taller estaba bañado por una luz que imitaba
la natural del sol, lo que a menudo lo hacía perder la noción del tiempo.
Era un artista innovador, siempre experimentando
con materiales y técnicas que a nadie más se le ocurría utilizar.
En uno de sus experimentos, al artista se le
ocurrió crear una máscara muy colorida y alegre para incorporarla a su próxima
escultura.
La máscara resultó excepcional, con su bigote y
ojos intensamente coloreados. Mientras probaba la máscara, alguien llamó a la
puerta.
Era su vecino, quien quería dejarle su gato durante
unos días. El vecino no reconoció al artista y, entregando el gato, mencionó
que el propietario del taller estaba al tanto…
Confundido, el artista se acercó a un espejo y
no se reconoció a sí mismo. Se veía como un bonachón bigotudo, con una sonrisa
y expresión de absoluta felicidad.
Al mirarse en el espejo, el artista se sintió exactamente
como se veía. Había inventado una máscara que le permitía cambiar no solo su
aspecto físico, sino también su carácter.
Este día marcó el comienzo de su nueva
aventura.
Cada mañana, el artista retocaba la máscara
para representar un personaje nuevo, viviendo su vida durante ese día.
Su fantasía no tenía límites. Podía ser una
joven esbelta y elegante, o una adolescente llena de acné; un respetable señor anciano
o un vagabundo de mediana edad; invidente o deportista… La lista era
interminable.
La vida del artista cambió radicalmente, ya
que podía conocer la existencia desde la perspectiva de cada uno de esos
personajes. Experimentó el rechazo, el acoso, la persecución y la pobreza.
Su percepción se transformó de tal manera que
abrió las puertas de su taller a todos los que deseaban aprender a expresar su
arte y sus emociones.
Pronto, tuvo tantos amigos que ponerse la
máscara ya no tenía sentido; vivía una experiencia nueva cada día.
Un día, al despertar recordó su sueño, en el
que había visto a una joven con mirada traviesa y voz tintineante. Trabajó varios
días en su escultura y, como toque final, colocó la máscara con el rostro de la
chica de su sueño.
El artista sabía que pronto esa chica entraría en su taller, para aprender a expresar su arte. El arte de vivir y amar.”
Natalia.
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