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Óscar y la búsqueda de la Verdad


Hace mucho tiempo, en un país lejano, vivía Óscar. Cuando era pequeño, su abuelo le dijo que lo más importante en esta vida era la Verdad, pero, en realidad, nadie sabía cuál era esa Verdad. Los aldeanos, la familia de Óscar, todos creían conocerla, pero cuando intentaban ponerse de acuerdo, cada uno tenía la suya. No era la misma Verdad para todos.

Óscar intentó comprender qué era la Verdad. Escuchaba atentamente a todos los que hablaban, observaba todo lo que ocurría a su alrededor, e incluso pasó varias noches sin dormir, temiendo perderse algo importante mientras descansaba.

Un día, su abuelo le dijo que, para conocer la Verdad, había que acercarse al cielo. Desde entonces, Óscar trepaba a los árboles más altos, subía a las azoteas de los castillos y pasaba horas observando y escuchando… pero nada.

Los días se convirtieron en años, y Óscar decidió partir en busca de la Verdad, pues en su pueblo no la había encontrado. Quería escalar la Montaña Alta, la más alta de todas, convencido de que allí la conocería.

Pero no era tan sencillo. No podía dejar a su familia mientras su padre estaba enfermo. Trabajó duro durante años para ahorrar algunas monedas, tanto para su hogar como para su viaje.

Mientras tanto, conoció a una bella muchacha de ojos verdes que le robó el sueño y le hizo olvidar su deseo de encontrar la Verdad.

Sin darse cuenta, ya estaba casado y con varios hijos pequeños. La vida pasaba de prisa, y las alegrías y las tristezas se alternaban como el sol y la luna. No tenía tiempo para pensar en otra cosa que no fuera el sustento de su familia. Solo algunas noches soñaba con partir en busca de aquella Verdad tan ansiada.

Los años transcurrieron, y sus hijos se marcharon lejos, a buscar su propia felicidad. Cuando quedaron solo él y su amada esposa de ojos verdes, Óscar le preguntó si lo acompañaría a buscar la Verdad.

Leia le respondió que ella ya conocía la Verdad y no necesitaba otra.

Apenado, Óscar emprendió el camino solo. Cargaba el peso de los años sobre sus espaldas, pero también el deseo inquebrantable de conocer la Verdad. Mientras caminaba, contemplaba los campos verdes, los ríos y los bosques. Quería compartir aquellas emociones con su familia, que ahora estaba lejos. Los paisajes y las personas se alternaban con sus recuerdos; la alegría y la tristeza se mezclaban en su corazón, pero Óscar estaba decidido a cumplir su mayor deseo.

Pasaron meses hasta que finalmente llegó a las laderas de la Montaña Alta. Sin miedo, comenzó a ascender. No era un camino fácil ni exento de peligros, pero nada lo detendría. No le asustaban los sonidos de los animales salvajes, sabía que debía seguir. De vez en cuando, se detenía para mirar a su alrededor, intentando grabar cada imagen en su mente para contársela a Leia.

Por fin, al llegar a la cima, se quedó allí, de pie, pensando: lo había logrado.

Con los brazos extendidos, quiso tocar el cielo y conocer la Verdad.

Pero no pasó nada.

No encontró, de repente, las respuestas a todas sus preguntas.

—¡Estoy aquí! —gritó con todas sus fuerzas—. ¡Estoy feliz!

Entonces comprendió que no importaba conocer todas las respuestas. Lo importante era amar. Amar la vida. Y más aún, cuando en casa lo esperaba su preciosa mujer de ojos verdes.

Natalia.

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