En este expresivo cuadro vemos a un hombre
sumergido en el agua. Solo se le distingue la cabeza y la palma de su mano
izquierda. La solución cromática es tan inesperada como sorprendente: el cielo
lila con reflejos amarillos presagia tormenta, quizás incluso granizo; la mano
parece arder por su parte externa, y ese fuego se refleja en el rostro y en el
lateral derecho, que podría representar juncos o vegetación.
Solo la parte inferior del lienzo, con su
intenso, precioso y profundo azul teñido de reflejos negros, aporta frescor y
tranquilidad, contrarrestando la sensación de agobio y ansiedad que emana del
resto de la obra.
El rostro transmite serenidad; incluso se
adivina el esbozo de una sonrisa tímida. Así, el conjunto parece decirnos:
“Tranquilos, el mundo arde… pero, aún con el agua al cuello, estoy bien.
Natalia
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