Vamos, bicho.
Hoy es uno de esos días en los que me siento observado.
¿Por qué me mira así la gente? ¿Tengo monos en
la cara, o qué?
Paso las palmas de las manos por mi cara, con
la esperanza de quitarme el cansancio y… oh, Dios mío, ¿¡qué es eso!? ¡Hay algo
en mi mejilla que está a punto de llegar al ojo!
Lo tiro al suelo con un manotazo, y estoy a
punto de aplastarlo con mi zapato viejo y medio deshecho.
Pero entonces veo dos ojitos saltones
mirándome con súplica. Su cuerpo tiembla.
Decido perdonar la vida a esta extraña
criatura y me giro para seguir mi camino.
Justo cuando me alejo, escucho un sonido tenue
a mis espaldas… casi como si rogara que la lleve conmigo.
Quizás el trayecto en tren me ayude a
descubrir quién —o qué— es.
Ya suena el silbato.
Vamos, bicho, ¡nos toca correr si no queremos
llegar tarde al trabajo!
Natalia.
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