En este espectacular cuadro, dominado por el ritmo y el pulso cromático entre el rojo y el negro, emerge una cabeza que evoca a un ser gatuno de la familia Felidae.
El morro del animal hechiza por sus reflejos
nacarados, donde el blanco, el esmeralda y el violeta se funden y se
transforman con naturalidad casi mágica.
Las líneas parecen llegar, fluir y
desvanecerse, como si lo que vemos fuera solo un fragmento de una historia
mayor que continúa más allá del límite del lienzo.
La obra irradia energía, pasión y encanto,
despertando la creatividad y una sensación luminosa de felicidad.
Natalia

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