Sonia y Selenia
"Estoy vagando por las calles de mi ciudad natal. Después de una noche en vela, tomé el primer tren desde Madrid y aquí estoy.
Necesito despejar
mi mente. Aunque tengo veintiocho años, siento que ya he visto todo. Ser el
mejor alumno de mi promoción y el director logístico más joven de una
multinacional fue emocionante en su momento, pero ahora las fiestas, el dinero
y el glamour de la capital ya no me entusiasman. Me siento vacío y quiero
reencontrarme.
Sé valiente,
admítelo. Lo que realmente deseas es encontrarla. No tienes el valor para
llamarla; simplemente esperas encontrarte con ella por casualidad en la calle.
Observo a mi
alrededor. La ciudad ha cambiado en diez años. Casi no la reconozco. Es más
hermosa, más verde. Respiro profundamente.
-Sonia… ¿Cómo
estás?
-Hola Rafa, bien…
Te estaba esperando-añadieron sus ojos.
Esos ojos que
conectaban con mi alma. Con ella no tenía que demostrar nada ni ser el mejor.
Durante los dos años del bachillerato, fuimos inseparables. Me asustaba esta
dependencia, que mi felicidad dependiera de una sola persona. Por eso me fui.
Huyendo como un cobarde, dejando atrás lo que más quería.
-Mamá.
Una niña de nueve
o diez años la estaba tirando de la mano.
-Buenos días- la
saludé.
-Es tu hija,
Selenia…
No podía creerlo.
No podía ser. Aunque Sonia nunca me había mentido… Tiene mis ojos, pero la
mirada chispeante de su madre. Una gran sonrisa iluminaba su rostro.
La cogí en brazos
y le di un fuerte abrazo, con cuidado. La niña me abrazó el cuello.
-Perdona por no
venir antes…
-No te preocupes,
papá. Mamá me explicó que estabas muy ocupado, pero un día volverías. Te
estábamos esperando- decía la niña mientras acariciaba mi cara y, para
finalizar, me besó la nariz.
Los tres rompimos
a reír.
La bajé al suelo
y la niña empezó a saltar, igual que mi corazón. Tenía la sensación de que se
me saldría del pecho.
Mis ojos
encontraron los ojos de Sonia. No pude detenerme, la abracé y le robé un beso.
El sabor a café y la sutil fragancia a azahar despertaron las mariposas, que
pensé que habían desaparecido para siempre hace diez años…
- ¿Chicas, os
apetece una horchata? En nuestro sitio - añadí, mirando a Sonia.
- ¡Sí, sí, sí! A
mí me gusta con limón y a mamá con café.
Las cogí de la
mano. No quiero soltarlas ni por un minuto. ¿Cómo he podido irme de aquí? ¡Qué
imbécil he sido!... No importa, nunca es tarde. Lo dice la mirada de Sonia. Y
ella nunca miente."
Natalia.
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