Este cuadro, lleno de vitalidad, es una auténtica celebración de la alegría y la amistad. Sus formas y colores nos transportan a planos únicos, casi tridimensionales o incluso oníricos, donde surgen desde la nada fragmentos reconocibles que despiertan la imaginación.
Las figuras geométricas del rostro, el cabello
y la paleta viva de tonos construyen un personaje que recuerda a un robot
amistoso, extendiendo su puño en un gesto universal entre amigos: el clásico
choque de puños.
Sin proponérselo, la obra nos invita a
reflexionar. La idea de convivir con robots ya no parece ciencia ficción.
¿Estamos preparados para tratarlos como iguales, o preferimos que sean simples herramientas destinadas a facilitarnos la vida?
Natalia.

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